“Combinar estados
interiores con acontecimientos exteriores en forma correcta es saber vivir
inteligentemente” 1
Participamos en fiestas, en eventos familiares, del trabajo,
con amigos, vamos de vacaciones, de excursiones, paseamos… continuamente
establecemos relaciones con personas y con el mundo exterior… Son muchos los
eventos en los que participamos y las situaciones que diariamente pasan por
nuestras vidas. Te has preguntado alguna vez: ¿Mi estado interior es correcto en
cada uno de esos momentos? ¿Te sientes cómodo? ¿Estás bien, te sientes en
armonía, equilibrado en cada una de estas situaciones y con las personas que
ahí hay?
La verdad es que en muchas ocasiones no estamos ni cómodos
ni bien, el estado interior no coincide para nada con el evento exterior. No
hay armonía, en ocasiones hay estados interiores negativos, equivocados que no
nos permiten vivir de forma equilibrada los eventos exteriores, por lo tanto no
tenemos paz interior.
No estamos hablando ahora de momentos en que el exterior es
caótico o que ocurren cosas negativas, no.
Estamos hablando de acontecimientos
de la vida cotidiana de una persona, en los cuales su estado interior no le
permite vivir con placidez el acontecimiento.
Es el caso, por ejemplo, de una persona que se casa. Puede estar
tan inquieta por tantas cosas que ha hecho en la preparación de la boda, está
nerviosa por si todo va a salir bien, preocupación por si un familiar, amigo,
persona querida o persona que no le cae simpática aceptará o no con agrado todo
lo organizado, o si le gustará la boda, la comida, etc… Conclusión, se le pueden
pasar por la cabeza un sinfín de cosas por las cuales no viva su boda de forma
tranquila, e incluso este tan nerviosa, preocupada que ni la disfrute, llegando
a tener incluso un mal recuerdo de la misma boda.
Nos vamos de excursión o a un viaje y por tener unas
expectativas de como debe ser el viaje, por preocuparnos por posibles accidentes,
enfermedades o que el tiempo no nos acompañe, no disfrutemos del momento ni de
los lugares que visitamos, ni de las personas con la que estamos.
Vamos por la calle y vemos a lo lejos una persona que no
queremos ver ni saludar; o a nuestro lado pasa una persona con su perro que se
pone a hacer sus necesidades delante nuestro y el dueño no recoge los excrementos;
o vemos un padre que maltrata a su hijo o grita a su esposa; o vemos un
matrimonio y la mujer va resignada tres pasos por detrás del marido cargada con
toda la compra y el con las manos libres; cualquiera de estas circunstancias de
la vida entra en nosotros y pueden llevarnos a desequilibrarnos por dentro, nos
hace sentir mal e incluso reaccionar. ¿Te has preguntado si lo que te
desequilibra y saca de tus casillas es lo que ves fuera o son los propios
conceptos que tienes tú de lo que es correcto e incorrecto? Es cierto que hay
cosas injustas, que no ayudan al equilibrio social, etc… pero no es lo mismo
ver un hecho conscientemente, comprendiendo lo que ahí pasa, que reaccionar
mecánicamente perdiendo el equilibrio interior. ¿Por qué perdemos el equilibrio
por una cosa que pasa fuera de nosotros? Lo de fuera sigue igual, ni el paisaje,
ni el aire, ni el sol, ni las personas cambian… solo cambia mi estado interior
por algo que he percibido, visto o escuchado.
Estamos invitados a una fiesta, al pensar que: la última vez
que fuimos nos aburrimos, o que encontramos una persona que no queríamos ni
ver, o que queremos que este nuestra mejor amiga y a lo mejor no estará,…
cualquiera de estos pensamientos ya nos condiciona, creando un estado interior que
nos invita a no ir, y si vamos, llegamos a la fiesta con un estado interior
negativo: será aburrida, la gente son
sosas, habrá venido ese que es un idiota, mi amiga/o no ha venido, esto será
una noche horrible, a mi esos eventos no me van, a mí me gustaría más estar en
casa, he venido porque lo hago por mi esposa/o… ¿Cuántas veces no nos ha
pasado algo así? ¿Con todos estos pensamientos negativos, tiene alguien posibilidades
de divertirse, de vivir el momento con armonía? Por cualquier pensamiento o
razón de estas, no estamos ahí abiertos en la fiesta, no estamos en paz y por
lo tanto nuestros propios estados interiores no nos permiten vivir el momento
en equilibrio. No es culpa de la gente, son nuestros propios estados que nos lo
crean. La vida se procesa de momento en momento, si no hemos aprovechado esa
circunstancia ¿quién nos garantiza que la próxima fiesta la aprovecharemos y la
viviremos diferente? ¿No nos ocurrirá de nuevo lo mismo?
Preguntémonos ¿cuantos eventos, situaciones que vivimos
diariamente, los vivimos y sentimos plenamente, sin interferencias de nuestras voces interiores, sin
interferencias de los miedos, resentimientos, de pensamientos que nos
cuestionan “si hago o digo esto” que pensaran los demás de mi…? ¿Somos
conscientes de cómo nos limitamos en nuestra forma de actuar, de comportarnos,
de vivir la vida?
Somos poco conscientes de nosotros mismos. Queremos cambiar
pero no tenemos conciencia de que es, concretamente, lo que debemos cambiar ni cómo
funcionan esos mecanismos. Tenemos un sinfín de condicionamientos mecánicos; si
no estamos muy atentos y nos observamos, actúan automáticamente y al final decimos:
“yo soy así”, porque nos sentimos
impotentes para comprenderlo y cambiarlo. Nos justificamos. No somos
conscientes de cada uno de esos mecanismos, son muy numerosos y frecuentes en
nuestras vidas. Si no sabemos de donde nacen, como se formaron, cuál es su
base, será muy difícil cambiarlos. Debemos saber que los podemos cambiar, para
ello nos tenemos que explorar y empezar a conocer un poco más. (En próximos artículos dedicados a los mecanismos psicológicos
descubriremos muchos de ellos)
Si hay alguien ahí, en la fiesta o en la reunión, con el que
estamos resentidos o le tenemos antipatía mecánica, o también en caso
contrario: que nos guste mucho, nos atraiga pero no nos atrevemos a decirle
nada, etc… cada vez que lo veamos o que sospechemos que está cerca, se nos
moverán emociones y nos vendrán pensamientos, se producirá automáticamente. De
nuevo se romperá nuestra armonía.
Estemos donde estemos y con quien estemos debemos
preguntarnos: ¿Cómo me siento internamente ahora en este lugar, en esta fiesta…
con esta persona…? Si no estamos en
equilibrio debemos preguntar ¿Por qué no me siento equilibrado y bien? ¿Qué es
lo que me desequilibra? ¿Por qué? ¿Qué
quiero, que deseo en ese momento…? ¿Qué es lo que me daría paz? No se busca una
respuesta rápida de la mente para justificarse, no, no debemos justificarnos delante
de nadie. Somos nuestro propio testigo y por lo tanto hay que ser sincero con uno mismo si queremos
avanzar. La respuesta debe salir de nuestro interior, como dicen comúnmente
“del corazón”. Hay que aceptarla, sin rebatirla, justificarla o negarla. Incluso
después de la respuesta hay que seguir indagando la causa, si eso que deseo ocurre,
o no se da o no se puede dar, ¿qué sucede, como me sentiré? ¿y en el futuro que
puede suceder? Hay que buscar otra vez el porqué. Hasta llegar a la base que
motiva esas compulsiones, esos deseos; quieren satisfacer algo íntimo y debemos
descubrirlo para no ser dependientes de ello y poder ser libres. Es la forma de darnos cuenta como se han
establecido esos mecanismos, que en muchas ocasiones no tienen unas bases muy
firmes, forman parte de nuestros mecanismos de defensa, son parte de nuestro propio
carácter particular. Pero se pueden descubrir y llegar a comprender.
Si uno quiere comprender el porqué de su desequilibrio y
falta de paz, y poder estar ante cualquier tipo de circunstancia o evento sin
perder la paz, tiene que tener paciencia. Nuestro carácter, personalidad y
mecanismos de defensa los hemos formado a través de muchos años y no es fácil
descubrir los porqués y cambiarlo todo en un día.
Hay un concepto que tenemos que tener claro. Es el de no dar las culpas a los demás de nuestros
estados interiores: has sido tú, ha
sido tu culpa por decirme…, ha sido ese idiota que me ha provocado, es la
fiesta que es aburrida, es que no ha venido mi amiga… etc… Esto no son más
que justificaciones para cubrir nuestro estado interior (porque no lo
comprendemos), para cubrir nuestra ignorancia. Así podemos pasarnos años sin
cambiar un ápice de nuestra vida, de nuestra personalidad. Vivimos mal pero
decimos: todo lo que me pasa malo
viene
de fuera, me lo provocan los de fuera. Esto no es cierto, y no podemos
permitírnoslo decir nunca, si queremos realmente cambiar. Si lo reflexionamos
veremos que es nuestra propia incapacidad, nuestra propia trampa para justificarnos,
para no cambiar y seguir permitiendo que el exterior nos condicione
internamente. ¡Tú lo permites! ¿Queremos seguir así?
Llegamos a la conclusión que las causas de nuestro propio
sufrimiento se articulan dentro de nosotros mismos y no tienen que ver
realmente y directamente con los eventos exteriores. Estos solo son los agentes
adecuados que permiten se pongan en marcha todos esos mecanismos de defensa y
de reacción interiores. Si no los tuviéramos no los sentiríamos, ni nos harían
reaccionar. Pero las circunstancias exteriores nos permiten descubrirlos. Realmente
lo que hacen es que se nos activen los mecanismos interiores, que son los que nos
aíslan, nos ponen cortapisas y nos amargan los días, los eventos y las
situaciones que cada día. De lo contrario si no existieran esos mecanismos en
nosotros podríamos vivir de forma tranquila y con normalidad. Los eventos de la
vida son los que nos ayudan a autodescubrirnos de momento en momento. Son una
gran oportunidad si la sabemos aprovechar. Si comprendemos y cambiamos ese mal
estar en una situación concreta, ya no se repetirá más y en su lugar tendremos
paz.
A medida que uno se va conociendo mejor y más profundamente podemos
empezar a vivir más plenamente. Porque habrá ido resolviendo los estados que le
producían desequilibrio. Podremos ir a una fiesta o reunión de una o muchas
personas con menos condicionamientos y por lo tanto disfrutar, vivir cada
momento y cada acontecimiento, pase lo que pase y haya quien haya, sin esperar
nada especial, sin desear nada,... todo fluirá de una forma mágica… Aun cuando
no pasen grandes cosas, sabremos gozar de la sonrisa, de las limitaciones, de las
palabras, del ambiente porque estaremos equilibrados con nosotros mismos y esto
nos dará equilibrio para vivir todo lo exterior.
1. Frase extraída del cap X del libro Psicología Revolucionaria de Samael Aun Weor
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