Del síndrome o trastorno
de estrés postraumático se habla mucho en la actualidad, dado que nuestro mundo cada vez está más convulsionado.
Este tema se ha estudiado profundamente y vamos ahora a verlo desde otra
vertiente. Somos seres sociales y entablamos muchos tipos de relaciones con el
entorno. El estrés postraumático viene a romper todas estas relaciones y lo
hace sin avisar, irrumpe como un huracán en nuestras vidas.
El síndrome de estrés postraumático es un trastorno
psicológico que aparece en personas que han vivido un episodio dramático en su
vida (secuestro, atentado terrorista, accidente grave, muerte violenta de un familiar... guerra). Hay
que observar que no se incluyen dentro de estos desencadenantes situaciones
difíciles, pero propias de la vida “normal”, como un divorcio, la muerte de un
ser querido, enfermedad, conflictos familiares o reveses económicos. Aun cuando
estos últimos también podrían desencadenar problemas parecidos si la persona no
tiene los recursos internos suficientes para superar este tipo de crisis.
La persona que sufre un episodio dramático fuerte, padece
en cuestión de segundos un cambio radical en su vida, todo cambia. Como consecuencia se produce
una desubicación espacial, psicológica, social, familiar y corporal. Todas sus
referencias en la vida se rompen como un espejo que cae al suelo.
Esto provoca una situación de caos psicológico enorme
y queda la persona desconcertada, sin referencias, desconectada de su entorno más
cercano.
Este blog no es médico, solo queremos hacer reflexionar en relación a este tema y dar un enfoque un tanto nuevo al efecto psicológico que viven las personas que lo sufren y a las cuales se les trata como víctimas, porque lo sufren a expensas de su voluntad.
El ser humano tiene un sistema de valores y
referencias cotidiano que le dan seguridad, estabilidad, una cierta comodidad o
confort en la vida y en el lugar donde vive. Cuando algo en el entorno cambia
radicalmente, empieza un disconfort; cuando el cambio es producido por un hecho dramático,
así mismo se torna dramática la situación que vive internamente.
Cada uno de nosotros desde que nacemos hasta que
morimos tenemos unas necesidades básicas, como la de recibir afecto, alimentos,
seguridad, reconocimiento, etc. Cuando estas necesidades las requerimos y no las recibimos en la infancia se inician los traumas.
Al hacernos adultos estas necesidades y estas
relaciones con el entorno se vuelven más complejas y amplias. Dependiendo de la personalidad y de
los recursos de cada uno, estas relaciones se hacen más amplias y extensas o se
limitan más a un entorno muy cercano. Por ejemplo un artista necesita el reconocimiento del público al que se dirige mientras que un niño solo necesita el de sus padres.
En caso de un episodio dramático lo podremos
resolver mejor o peor según nuestras capacidades, y experiencias anteriores en
la vida. Todo esto nos da una sabiduría interior, una capacidad de comprender,
de transformar y de superar esas situaciones traumáticas.
Cuando las necesidades básicas no se sienten
satisfechas y somos incapaces de trascenderlas, nace la insatisfacción y el
deseo de verlas cumplidas. Empiezan las reacciones paliativas para complementar
esta insatisfacción y pueden iniciarse también las respuestas desadaptativas
(agresividad, impulsividad, incoherencia, crueldad, egoísmo, rencor,
negatividad, frustración, huidas a través del alcohol, …).
Psicológicamente hablando esas sensaciones de insatisfacción
son sentidas internamente porque hay algún ego (estado psicológico) que no se
siente complacido. Ahí deberíamos preguntarnos ¿por qué me siento mal? ¿qué estado
está insatisfecho? para comprender y neutralizar esa insatisfacción. Pero habitualmente
intentamos resolverla, buscamos satisfacerla o de lo contrario no nos sentimos
bien. Esa sensación de insatisfacción, no es nuestra sino que nos la hace
sentir el estado psicológico, el ego. Esta afirmación nos parecerá contradictoria
pero solo podremos comprenderla si lo observamos en nosotros, si lo experimentamos.
La mayor parte del tiempo vivimos casados, identificados con nuestros propis
sentimientos y estados emocionales. Lo que nos hacen sentir, es lo que
sentimos. Pero esto no debería ser así si realmente queremos ser conscientes y
libres.
Tengamos en cuenta que siempre que tengo un deseo y
lo complazco: me siento bien!. De lo contrario me siento mal. Para sentirnos
bien intentamos realizar todos nuestros deseos; los que no, sino tenemos
conciencia plena, quedan como un sentimiento de frustración dentro y así se
acumulan las dosis de insatisfacción dentro. Me siento mal cuando algo o
alguien toca mis fueros internos, mis egos, o no hace lo que yo quiero, o me
lleva la contraria. Estamos en un mundo de relaciones en las que si no hay conciencia plena, control y comprensión
actuamos mecánicamente y la mecanicidad se mueve en la dualidad del deseo (sentirme
bien o mal) y en cómo darle satisfacción.
Todo esto que estamos hablando afecta al ego, a nuestros
estados psicológicos, a la estructura psicológica que sustenta a la persona. ¿Quién
es el que no se adapta? ¿Quién es el que no se siente satisfecho? Es el ego de la
persona, es un estado psicológico o varios de la persona que se pueden aislar y
observar. Si no se observa y no tomamos conciencia de él, generará nuevos deseos
para satisfacer, cual puede ser la venganza, el resentimiento, la culpa, la
envidia, la agresividad, la violencia hacia uno o hacia los otros, etc… y estos
a su vez moverán nuevas historias y elementos en nuestra mente y generan nuevas
emociones. Es un círculo vicioso del que solo nos puede sacar la conciencia, la
autoconciencia y el reconocimiento de nuestra realidad.
¿Qué sucede en el estrés postraumático? Que el ego,
la psiquis de la persona que lo sufre se queda sin ningún tipo de apoyo ni
referencia conocida… y entran en juego un sin fin de inseguridades y miedos ¿Cómo
no se va sentir mal? Es como que nos
sacan de nuestro mundo donde todo estaba encajado a la perfección y nos ponen
en otro planeta. Nos entra un vértigo, una inseguridad, una angustia, estrés y
ansiedad fuera de lo normal, además que las imágenes del trauma impactan
fuertemente la psiquis y se reviven una y otra vez intentando comprenderlas. Hay
que empezar desde cero a tomar nuevas referencias, seguridades, confort... en
la nueva situación, y esto lleva tiempo… a veces mucho tiempo. Hay que
reconstruir desde cero.
En la técnica de la meditación hay personas que
buscan la experiencia del vacío
iluminador o el éxtasis. Buscan experimentar la realidad en ausencia del
ego, con plenitud y quietud interior. Quieren enfrentar esta misma situación
que se produce en la situación traumática pero sin que se lo produzca nada
exterior, experimentan la realidad en ausencia del ego, sin ninguna referencia que
no sea la experimentación consciente de esa nueva realidad. En muchas ocasiones
acaban enfrentándose a sus propios miedos,
porque la experiencia puede ser tan
fuerte y desorientadora que no la comprenden aun cuando la buscan. Para el
meditador esa experiencia es transitoria y pasajera, cosa que no pasa al
enfrentarse al estrés o schock postraumático, en la que la víctima va a experimentar
algo totalmente nuevo, diferente y sin referencias, donde el ego se sentirá dislocado
y desubicado, pero no lo buscaba ni lo deseaba experimentar. El meditador
intenta vivirlo con la conciencia activa sin que le impacte tanto, debería estar
más preparado para ello.
Experiencias similares obtenidas a través de
realidades muy dispares. Unos la buscan por anhelos espirituales, otros se la encuentran
de forma accidental y les producen un trauma difícil de gestionar. La vivencia
tiene unas ciertas similitudes pero como la digieren y canalizan es
radicalmente distinto.
Somos animales que nos relacionamos y nos
vinculamos con el entorno; cambiar estas estructuras y formas de vivir de forma
radical sin que nos produzca un efecto negativo requeriría comprender muy bien
nuestra psicología y la temporalidad de la existencia.
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